sábado, 7 de enero de 2012

Cuento corto


20 de julio de 1990

Amigo, mi gran amigo:

Empezaré por decir que no me considero un ser humano normal, llevo tantos años desahuciado y huérfano que creo que eso fácilmente explicaría mi rareza. Algunos piensan que estoy loco, yo digo que mi idiosincrasia tiene su historia y me exacerba que quienes me juzgan piensen que por leer una cosa u otra sobre mí en los periódicos ya lo saben todo de mi vida.

Sé que nunca te he hablado mientras hemos estado en esta horrible celda, pero aunque te resulte inverosímil tú has sido mi único amigo y cada que escuchaba tus historias en las noches, lloraba por dentro.

Es por esto que hoy, que quedo absuelto de todos mis cargos, quiero decirte y por primera vez contarte que mi silencio nunca fue desprecio, sólo fue la omisión de muchas palabras que simplemente no creí necesarias, pero que hasta hoy me doy cuenta que quizás tu si las necesitabas para entender la magnitud y el grosor del aprecio que hoy te tengo y que nunca sentiste.

Debo decirte que al principio noté el miedo de tu ojos, ¡Claro!, ¿Quién no tendría miedo de un asesino en serie?, pero con los años vi desvanecer ese brillo que reconozco fácilmente en las víctimas y sentí que olvidaste esas historias que oíste de mí y que hacen parte de mi pasado. (De ese pasado en que el sufrimiento me suscitaba a la tortura). Fue en ese momento cuando me di cuenta que ya sólo exaltabas mi compañía y no sólo ese pasado que matizaba mi humanidad y en el que se podía decir que yo era una bestia.

No creo que nada pueda indemnizar el dolor que causé a muchos, sin embargo no me duele, creo que era necesario que algunos sufrieran y murieran, como lo hizo mi alma en aquel verdusco campo donde asesinaron frente a mis ojos con torturas (Eternas para mí memoria, pero sucintas en el tiempo real) a toda mi familia. Recuerdo bien que sobre la grama ya no verde sino roja juré que los hombres tenían que pagar por mi dolor inmenso.

Han intentado muchos psiquiatras hacer una coalición para investigar mi caso y bastantes de ellos afirman que sólo quieren coadyuvar para que yo sea normal, sin embargo en su intento de ayudarme no han logrado nada, mientras que tú con tu simple presencia me has hecho sentir cosas que supongo sienten los seres humanos normales. Me cuesta mucho ser coercitivo entre pensamientos y palabras (Ya lo has notado con mi última confesión), pero es que creo que no merezco las palabras, sin ánimo de ser hereje sólo con el ánimo de darles un adjetivo benevolente creo que son diosas inalcanzables para una bestia como yo, y es por esto que soy bastante inhibido para hablar. Por primera vez siento tranquilidad, porque puedo explicarte que el silencio no es odio y porque sé que ahora tú entiendes algo corto sobre mí.

Hoy con esta carta me despido de ti, de mis cargos y de la vida (He encontrado la manera de deshacerme de ella); después de 20 años de silencio en tu presencia, te digo: gracias amigo. Y me digo a mi mismo: Ojalá no exista el infierno.

PD: Sé que conocías mi nombre, pero nunca te lo dije yo mismo…. Fui Carlos y fue un gusto conocerte.

Tu compañero de prisión.

Mariana Peláez Rojas

@MariPelaezRojas

No hay comentarios:

Publicar un comentario