jueves, 5 de enero de 2012

-No Motivos de Una Guerra Innecesaria-


A Héctor Belascoarán, al que le debo el descubrimiento del DF de verdad, de las luces de neón y las primeras excursiones a esa jungla que significa la ciudad más grande del mundo. Protégenos, querido detective, que no arda la ciudad, que no nos gane la indiferencia.

"Las democracias de América Latina no acabarán con las drogas, pero las drogas pueden acabar con la democracia de América Latina" Fernando Savater
"El horror no puede ser normalizado" Juan Villoro

Se habla tanto de números, de datos, de que si unos van ganando (no se entiende la estupidez de los líderes para que digan que vamos ganando algo que nadie puede ganar: una guerra absurda, cínica, ficticia) y de que si otros no tienen nada qué perder. Suena tan frío, tan estremecedor hablar de números y más números para validar lo que nadie aprueba: ellos dicen que avanzamos y lo único que sentimos, lo que verdad pasa, es que nos hundimos. Y cuando las organizaciones valientes alzan la voz, esa voz que se hace escuchar, es inmediatamente silenciada. No como hacían ( y hacen) las dictaduras opresoras, no. Lo hacen sistemáticamente. Lo omiten en los noticieros. Lo borran en las redacciones. Ya sea por los que se supone nos protegen, por los que saquean un país vencido, arrodillado, o por los que piensan que cualquier negocio es válido porque en un país sin reglas, ese es el mensaje que hay que captar.

Qué es esto que siento sino impotencia mezclada con desconsuelo. De gritar y gritar, de exigir y proponer, para que no sirva de nada. Para que los que dictan el futuro de todos, esos pocos agentes al servicio de los dueños del mundo, no oigan sino lo que les convenga. Los que nos invitaron a escoger nuestra manera de morir, siempre y cuando sea lo menos digna posible. Los que ponen entre ellos y nosotros, los muchos, los del otro lado del portón, del lado de afuera, una barrera que se alimenta a diario de burocracia, de clasismo, de discriminación, de corrupoción, de prepotencia.

Esto que siento entonces es agonía, porque no es mi familia todavía, pero si mi país, es mi gente, mi pueblo, el del color de la tierra, el mío; esa lenta y dolorosa agonía de ver a diario muerte más muerte, y sin embargo los buitres de trajes oscuros y camionetas blindadas, en sus delirios de grandeza, intentan pintar de patriotismo lo que hacen. Maquillan la realidad nuestra cada día con spots ( y con programas de tv que cuestan varios miles de dólares) divinos, con mensajes heroicos en una guerra que sólo los que están protegidos de sus daños y consecuencias quieren librar.

Porque son mas de 60.000 muertos, y un numero no puede explicar la angustia y el llanto de una madre, el tormeno del compañero, la ausencia del hermano. Pero sí explica las mentiras, las suyas, las burdad y sucias mentiras que ellos, que se creen dueños de un país que hace mucho tiempo secuestraron, inventan para hacernos creer que esto es "lo que se debe haer". Su mesianismo sin límites para ponernos al servicio de la muerte, que acecha aquella esquina, la más cercana, estos días confusos. Y ustedes sonriendo desde el pedestal seguro que se compra a cambio del alma. A cambio de una dignidad que intentan desterrar a como de lugar.

Cómo explico estas ganas de romperlo todo, de dejarlo todo. De decir basta, pero basta en serio, hacer algo, correr, indefinidamente correr, para no sentir el punzante cuchillo de muertos desconocidos pero propios, de gente lejana, pero que comparte un mismo sentir, una misma desesperanza; para no sentir las lágrimas surcando mejillas, miles de mejillas, miles de gotas saladas que no encuentran una razón, una verdad, para justificar tantas malas noticias. El sol sale para todos, y no sirve ni para calentar los brazos. No sirve en este país, el de la impunidad, que tengamos un ejército en las calles provocando más daños que los que ya teníamos noticia. Y que ni siquiera a ellos podamos juzgar, hacer responsables de sus actos. Que los que se hacen llamar "defensores del estado mexicano"solo provocan más terror y desasosiego. Más injusticia todavía.

Las palabras comunes (impotencia, rabia, dolor, enojo) que por mucho que se repitan no pierden color ni consistencia, no pierden potencia ni se olvidan ni son una mala película o una pesadilla de las peores. Porque no hay otra cosa, es esto, aquí estamos y no sabemos a dónde vamos, no sabemos a dónde nos dejamos arrestrar. Porque queremos tomar las riendas y el enemigo ( que tiene nombre propio y aun así no sabemos a quien le tiramos tanta bronca suelta en la saliva, en la boca, en el estómago) se siente poderoso, es poderoso, y los que deberían hacer algo no hacen nada, tratos, palabería, en todo caso. El enemigo tiene nombre y sin embargo el que se dice estado parece ser una cabeza en ese cuerpo indefinido que arrasa y se lleva todo, dejando sangre y dejando cuerpos mutilados y anuncios, nombres estrafalarios, deudas de un país que hizo como que la virgen le hablaba cuando el problema estaba ahí.

Cómo te explico entonces las noches con silencios interrumpidos por las balas que zumban, los perros que ladran de miedo mismo, el peligro latente de que a mi casa (la tuya, la nuestra, la de cualquiera que se esfuerza por no decaer) le toque la desgracia de estar señalada. De que los judiciales no hagan otra cosa que levntar, que exprimir saldo de donde quiera que encuentren una víctima más para sus propios beneficios.

Cómo explicar que sales a la calle con la incertidumbre de saber si será la última, si volverás a ver a Pedro el vecino, a Ignacio tu sobrino, a tus hijos cuando los llevas a la escuela, qué puta vida, me digo, qué jugarreta maligna se conjura para que siempre seamos los mismos los que sufrimos estas cosas, este aguantar el respiro, el silencio siempre amenazante.
La cólera recorriendo el cuerpo entero no sirve para frenar tanta injusticia y tantos años de ser siempre los mismos, los que condenados van a escoger la forma de perder.

Y cómo explicarte que aún en medio de tanta desolación la gente todavía se enamora, todavía responde mensajes de amor, todavía se besa y abraza con sus seres queridos. Todavía sonríe aunque el día pinte para ser un día igual, otro día idéntico, lleno de peligro y de querer llorar lágrimas que valgan la pena, que sirvan de algo.
Que todavía tenemos a Andrés Manuel, al movimiento de Javier, las brigadas culturales de Paco, la esperanza que tenemos que hacer nosotros, solos como siempre, pero nosotros.
Tenemos a los activistas, a los que siguen insistiendo y dan el verdadero ejemplo, a pesar del peligro. A esos periodistas (hombres y mujeres) valientes peleando por contar la verdad, por decir los que otros callan, lo que otros cobran por callar. Nos tenemos a nosotros mismos. Y eso no lo hemos valorado.

Las balas siguen sonando. ¿Hasta cuándo? Hasta que nosotros queramos Manuel González Vargas

No hay comentarios:

Publicar un comentario